El viernes 23 de febrero paseábamos tranquilamente Karmele, Bea y una servidora. Habíamos comentado pillar comida china o algo así para la cena.
Cuando llegamos a la plaza de España recibí un WhatsApp de Luis a las 20:10
También se había animado a pasar el fin de semana en Madrid y vendría más tarde al apartamento que alquilamos hasta el domingo; habíamos comentado por la tarde que estábamos agotadas de toda la semana y del viaje y encargaríamos la cena para todas y así no tendríamos que cocinar, el plan era descansar, desconectar y disfrutar en compañía.
El mensaje que me envió Luis ponía textualmente: "Hay un restaurante chino en los bajos de pza españa, cutre, q dicen q es auténtico. Muy valorado por los madrileños" a lo que le respondí: " Ok ¿Sabes el nombre?" y no debía recordarlo porque me dijo: " Tiene comida para llevar, no creo q haya más, yo estuve."
¿Qué probabilidades había de que paseáramos en ese mismo instante nosotras tres justo al lado de ese local, y que Luis nos llamara y nos recomendase ir justo allí? ( Luis es celíaco y no puede tomar casi ninguna salsa de las que ponen en los restaurantes chinos, así que esa recomendación suya era poco previsible, de hecho, trajo una pizza sin gluten y se la calentamos en el horno del apartamento para que pudiera comer algo)
Preguntamos a una pareja que nos cruzamos si sabían dónde estaba el restaurante y nos indicaron las escaleras de acceso. Nos sorprendió que estuviera bajo la plaza.
Alucinamos con el garito; estaba petado y por la pinta nunca nos hubiera motivado entrar a cenar.
Hicimos el pedido.
Una camarera muy amable nos recomendó (a parte de lo que elegimos), la especialidad de la casa: unas empanadillas. "La ración incluye 10 unidades"- nos dijo- y éramos 6 a cenar: Isa, Bea, Ana, Karmele, Luis y yo, nos pareció perfecta la cantidad para probar: 2 para cada una porque Luis no las podía comer.
Mientras esperábamos la comanda, entran al local Cesar y Fernando, dos buenos amigos de la facultad.
Nos quedamos todas en estado de shock: después de reaccionar, besos y abrazos, conversamos un rato y nos despedimos porque ellos se quedaban a cenar allí y nosotras habíamos quedado con Luis, Isa y Aneta en el apartamento.
De repente, antes de salir del sótano de la plaza, se me ocurrió que podían unirse al resto del grupo y regresé para comentarles si querían pasarse por el piso más tarde a tomar algo; finalmente, como los planes para esa noche ya los tenían programados, quedamos de reunirnos al día siguiente en una fiesta de piso a la que me había invitado Maite, una amiga de Oviedo, y que me comentó que podía llevar a mis amigas.
Ver a César que es asturiano, en el restaurante, el mismo día y a la misma hora exacta en la que estábamos esperando la comanda, era muy improbable ( pero al menos él vive en Madrid ); pero a Fernando, que es bilbaino y trabaja hace muchos años en Oriente Medio para IDOM, es casi imposible.
La alegría del reencuentro fue inmensa.
Por cierto, el Yulong, muy recomendable; se come rico, atienden rápido, son amables y el precio más que razonable.