Olivier de Sagazan interpreta el germen instalado en nuestro cerebro: perpetua búsqueda y cuestionamiento para comprender(nos), para convivir.
Sus transformaciones corporales materializan el instante (indeterminado) del cuerpo suspendido en su propio error/horror: improvisación surrealista, a través de la que se manifiesta nuestra descomposición con una indescriptible y desgarradora belleza.