"Manifiesto antivitalista" es un ensayo duro y bellísimo de Antonio Valdecantos.
En el capítulo 7, Valdecantos describe con verdadera pericia el término "mando", a propósito de "La sociedad gestionaria":
"Que, por una metáfora sencilla, el término "mando" haya pasado a designar de manera prioritaria -y quizá dentro de poco casi única- el aparato, ajustado a la mano, con que se llevan a cabo ciertas operaciones electrodomésticas enseña mucho sobre lo que viene ocupándonos: un aparato que al principio se llamaba "mando a distancia" pero que ahora puede ser llamado simplemente mando porque ya se da por supuesto que un mando que no fuera a distancia resultaría ridículo y anacrónico. Lo que está al alcance de la mano es precisamente un mando que exime de tocar las cosas de manera directa. Que los mandos afecten sobre todo, aunque no únicamente, ni mucho menos, a operaciones audiovisuales y de automoción no es un asunto baladí. Podría añadirse que el teléfono móvil constituye, por su parte, un mando más, con el que se lleva a cabo precisamente la gestión de la comunicación. En apariencia, la lógica del mando (ahora en el sentido metafórico, o metonímico, aunque con metáfora y metonimia moribundas) no puede ser más sencilla: el consumidor desea encender la televisión, cambiar de canal, o entrar en el coche o en la cochera, y lo que hace es blandir su mando a distancia, en un caso típico y hasta trivial de acción encaminada al logro de un fin, que únicamente la impericia o los desarreglos técnicos estarán en condiciones de frustrar. Pero solo las gentes muy poco familiarizadas con el uso de mandos a distancia podrán dar por buena una descripción así. La verdad que todos conocen, aunque un anacrónico pudor lleve a no proclamarla, es que el uso del mando no tiene como fin franquear la entrada en el coche o en la cochera, sino que estos dos últimos bienes se usan precisamente a distancia, sin necesidad de tocarlas ni de ser tocado por ellas, sino siendo tocado solo por aquello cuyo diseño está adaptado a la mano propia, o mejor dicho, a operaciones placenteras de esta, que nada tienen que ver con dar ruidosas vueltas a una cerradura ni mucho menos con subir una persiana. Para tener que abrir y cerrar la puerta del coche con una llave, y no digamos para tener que subir y bajar el portón o el cierre del garaje con las propias manos, no merece la pena poseer un coche propio; para eso es preferible el transporte público, que impide todo placer de autoconducción. De hecho, el volante del automóvil podría ser llamado con plena justicia "mando". No se conduce ( o "maneja") el automóvil para poder llegar de un sitio a otro, sino que se disponen de los lugares de tal suerte que sea posible el placer de conducir ( tener chófer o ir en taxi suele tomarse como lujos inapropiados, a pesar de que lo segundo sea considerablemente más barato que tener coche propio)"
Cuando leí el libro, llegado a este punto, me asaltó un recuerdo que guardo con especial cuidado en mi memoria.
Una mañana (como muchas otras) Paco Casariego vino a verme a la tienda; como de costumbre, empujó con fuerza la puerta, levantó el brazo y agitando efusivo su bastón-paraguas* gritó:
" ¡Qué, Eva! ¿Te creías que ya me había muerto, eh?"
Y yo venga a reír y sonreír y a decirle:
"¡No, Paco, claro que no!"
A lo que respondió:
"Eva, me he deshecho del coche y ahora voy en taxi y ahorro unos cuantos céntimos de euro en cada kilómetro ¿Qué te parece?"
Esa mañana traía una hoja doblada en cuatro pliegues; se sentó a mi lado, la desplegó, y me explicó (con todo lujo de detalles) la repercusión por km. de los gastos ocasionados por el uso, mantenimiento y adquisición de un vehículo.
Su discurso (desde una perspectiva material) fue demoledor, pero igualmente lo fue cuando me habló del daño que provoca en la configuración de las ciudades, en las rutinas y en el medio ambiente el uso de tan caro (y muchas veces innecesario) "electrodoméstico".
Al terminar su discurso le sonreí y le dije:
"Gracias, Paco, tienes toda la razón, no pienso sacarme el carné de conducir."
Y así fue: desde aquella conversación con Nigro no me acompleja no tener coche ni carné de conducir, todo lo contrario, y espero poder continuar de ese modo.
(*) el bastón-paraguas es un artefacto que inventó y fabricó Nigro a partir de un paraguas negro al que añadió un taco de caucho en la contera, muy útil para utilizar (si así se requería) como bastón.
Fotografías, Vivian Maier